Han venido a tomar la carne,
la carne muerta que desdeña sacrificio y memoria
y se consagra como suero vano en la existencia,
la carne que no pregunta por el hombre
pero oscuramente le mece en
un secreto pérfido y misericorde, en
mitad de la existencia misma, en
el silencioso placer del displacer.
Han venido, sí,
y descubres en ti el vivo rostro de la nada
mientras la humanidad
balbucea tarda
y conjura y se entrega al verbo
sin sospechar que la palabra, por ser palabra,
sólo conoce la mentira.
Han venido,
y un sexto dedo se yergue desafiante, señalando
el lugar donde un trazo minucioso ha
de abrir una y mil salidas,
donde el hombre cierre los ojos y
se deje caer,
regocijándose en el cosquilleo infame,
en el esbozo mortuorio que le llama y
le promete
unos segundos más.
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