A qué vienes ahora a ver cómo me rindo,
cómo me aferro a ti sin consuelo
y me entrego cabizbajo
porque eres lo único que queda.
De qué sirve ahora esa actitud impasible, esa indolencia inquisitiva
cuando el veneno roe mi garganta y el polvo
encuentra su sendero en la vergüenza,
cuando te miro como perdido y fuera de mí
y me esfuerzo por postrarme en la inclemencia
que bosqueja en el espejo
el odio
la ausencia y el desprecio.
Te quiero cerca cuando menos te necesite,
quiero que me recuerdes el fracaso que soy
cuando todos rían a mi alrededor.
Que me llames inútil,
patético
y penoso;
débil,
cobarde,
estorbo tóxico y lamentable.
Que lo repitas cuando menos crea merecerlo,
que me pises y me pegues
hasta que comprenda en mi reflejo que
nunca fui ni seré suficiente.
Hazme caer al suelo y tiritar,
golpéame,
rómpeme,
pero no me dejes olvidar.
Menciona que estarás siempre conmigo,
que me ves llorar en silencio,
que me escuchas impávido cuando te doy la espalda,
que eres odio, ausencia y desprecio.
Muéstrame, si no puedes perdonarme
-y sé que no podré-
que sólo tú sabes quererme.