miércoles, 2 de septiembre de 2015

Esperad

Esperad, esperad.
El ardor comenzará en el pecho y rápidamente se extenderá como un parásito,
entonces la piel será celda de la que intentar zafarse.
Pero esperad.
Le flaquearán los tobillos y caerá sobre sus rodillas,
en el suelo comenzará a temblar de miedo ante la nada.
Los ojos se agrandarán y le devolverá la mirada
un pánico lóbrego y frío.
No hagáis nada; sólo esperad.
Un aire angosto y pálido someterá su cuerpo,
la culpa será un martillo persistente y
la memoria un puñal siete veces clavado.
Dejadle.
Hasta que desee que cada aliento exhalado sea el último,
hasta que sus ojos sean un palacio derruido,
hasta que la sangre que corre por su cuerpo sea carcoma
y sus huesos se tornen de cristal.
Esperad a que su voz sea un animal desmembrado,
a que se arrastre por el suelo hasta agotar sus últimas fuerzas.
No le atéis las manos.
No le arrojéis a la fosa.
No será necesario intervenir.
Sólo esperad.

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